"Con La Comuna descubrimos en el hacer aquello que Lewis Mumford llama utopía de reconstrucción, aquella que trata de cambiar el mundo “de forma que podamos interactuar con él en nuestros propios términos”. Imaginar para establecer las condiciones de nuestra liberación futura. En fin, La Comuna es hacer memoria, es reconocer que no hay futuros imposibles y que existen alternativas, y es ir por ellas o inventarlas si hace falta." V. RENTAS CONGELADAS VI. LA FERRO VII. RÉPLICA (S) 68

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XI. TLATELOLCO 2019
ANEXOS

Uno de los mayores méritos de Fourier es haber establecido el juego como canon del trabajo, que ya no es explotado. Un trabajo así, animado por el juego, no está dirigido a producir valores, sino a una naturaleza mejorada. También para ésta propone la utopía de Fourier una imagen orientadora, como en efecto se halla realizada en los juegos infantiles. Es la imagen de una tierra en la que todos los lugares se han convertido en granjas-posada. Estos dos términos indican que todos los lugares están trabajados por el hombre, que los torna cultivables y bellos, pero también se encuentran, como una posada en el camino, abiertos a todos. Una tierra dispuesta según esta imagen dejaría de ser parte “De un mundo en el que la acción no es la hermana del sueño”. En ella, la acción estaría hermanada con el sueño.

 

Walter Benjamin, El libro de los pasajes.

 

La Comuna es como un campo de juego. Los escenarios que construye en la ciudad se vuelven espacios  en donde los espectadores, devenidos niños, crean un mundo propio más pequeño. Las acciones que convoca están hermanadas con el sueño visionario, que no sólo actualiza el pasado, sino que permite entrever lo que se asoma. Por eso son juegos políticos. Escenarios instalados en la vida -entretelones de la vida- que invitan a ver y a verse, a sentir y a sentirse. La comunidad de La Comuna no está hermanada por las certezas tristes de la sangre y la tierra: es apenas un presentimiento que invita a la errancia vulnerable y solidaria. Lo común es un proyecto. Una posada y un huerto.

 

 En los juegos de La Comuna hay una ficción que sirve de excusa para encontrarse entre desconocidos. Ese encuentro fugaz y solidario es el punto de partida para elaborar prácticamente una pregunta que tiene que ver con la libertad y la dignidad. La Comuna restituye a ambos conceptos su dimensión de misterio: en lugar de tratarlos como un problema en busca de una definición, invita a entrar en contacto con un resto que siempre se escapa. Esa dimensión numinosa de la realidad (lo que hoy es posible y su potencia) sólo puede ser captada por la imaginación que abre las puertas del futuro colectivo.

 

 Hay algo en La Comuna de las viejas prácticas de los anarquistas; de la pedagogía popular; de la desobediencia civil; de antiguas reflexiones que, en movimientos sociales del mundo, han invitado a preguntar qué significa pensar en común, qué quiere decir organizarse, cuál es la dimensión estética, afectiva, de los procesos de organización popular y lucha social. Para esas preguntas la humanidad sólo tiene intuiciones, pero no respuestas.

 

 En los juegos a que invita La Comuna, la ficción teatral se vuelve una oportunidad para la alegría: hacer “como si”, y ensayar en ese espacio protegido un conjunto de acciones colectivas hermanadas con el sueño, la esperanza y el futuro. Hacer “como si”: participar de la necesidad mímica que Ernst Bloch creía constitutiva del teatro y que vinculaba al placer de transformarse, “un placer no complaciente o hipócrita, sino experimentador”. Eso quiere decir “ensayar”, palabra fundamental de la ética de La Comuna, en donde el “como si” invita permanentemente a abrirse a otras formas de vida y a alimentar el deseo.

 

 Estoy convencido de que las personas que buscan transformar la realidad deberían ir más al teatro. Para mí, encontrarme con La Comuna ha significado una posibilidad para recuperar la salud. Por ello llevo a sus escenarios a amigos que participan de organizaciones sociales, familiares y alumnos.

 

 Quizá sin saberlo, La Comuna ha organizado un espacio nutricio. Ensayan preguntas sin respuesta y nos enseñan a sostenerlas, con la misma paciencia y el mismo sentido del humor que es necesario para sostener la vida en este tiempo sin certezas.

 

Rafael Mondragón